Batman diseña un rascacielos
Los directores de arte exprimen visualmente la realidad para dar contexto a ficciones que nos entretienen unas horas, pero no somos conscientes de que el entorno real también se retroalimenta de los decorados ficticios del cine. ¿Qué fue antes, la Gotham City de Batman o el rascacielos con orejas de Nashville? Por Marcel Benedito, para […]
Los directores de arte exprimen visualmente la realidad para dar contexto a ficciones que nos entretienen unas horas, pero no somos conscientes de que el entorno real también se retroalimenta de los decorados ficticios del cine. ¿Qué fue antes, la Gotham City de Batman o el rascacielos con orejas de Nashville?
Por Marcel Benedito, para LABASAD.
¿Has visto ‘Dogville’? Es una película que carece de escenario. Los actores deambulan por una nave de aspecto industrial cuyo pavimento negro tiene unas anchas marcas blancas que delimitan casas, jardines y otros lugares imaginarios. La falta de contexto te impide implicarte en la historia. Es desconcertante, como todo el cine de Lars von Trier.
Es sabido que los actores gustan de ensayar sus líneas en el mismo set donde van a rodar los planos correspondientes. Por eso mismo, las estrellas que participan en producciones de superhéroes se quejan de lo difícil que es actuar delante de un croma verde con escenarios y villanos imaginarios. El escenario les ayuda a ponerse en situación para su papel de la misma manera que, en la vida real, los ambientes que nos acogen nos permiten ponernos en situación, en casa, en la oficina o en un estadio de fútbol. Sin embargo, nosotros no actuamos. ¿O sí?
Cuando buscamos un restaurante romántico en Internet, estamos pensando en un escenario que nos ayude en nuestro propósito, ya sea conquistar, reconquistar o simplemente despertar emociones dormidas. Cuando disfrutamos de maratones de series en el sofá nos gusta tener una atmósfera con las luces atenuadas que induzca al relax, la laxitud y el goce. Cuando presumimos de trabajar en una empresa como las de Silicon Valley estamos hablando de una oficina especial donde conviven el trabajo y el futbolín. Otro tanto nos sucede en una iglesia, una discoteca o un hotel… el entorno modela nuestro estado de ánimo.
Los diseñadores de interior conocen este truquito y trabajan con él para armar espacios que nos empujen a determinadas experiencias. Lo llaman interiorismo emocional y sirve, básicamente, para contentar a sus clientes cuando, por ejemplo, nos empuja a planchar la visa en una tienda o a sentirnos como en casa en un hotel. El interiorismo emocional es la respuesta a determinadas cuestiones psicológicas. ¿Es una modernez propia de arquitectos y diseñadores avispados? Entra en una catedral del siglo XII, respira hondo y me lo cuentas.
Trabajar los espacios pensando en la respuesta sensitiva es exactamente la misma estrategia que utilizan los directores de arte de una cinta (o una serie) cuando imitan el mundo real en sus sets para que nos colemos fácilmente por las rendijas emocionales. Crean escenarios para ubicar, explicar y albergar una ficción. Nos predisponen emocionalmente a seguir a los protagonistas mediante un contexto narrativo. En ocasiones, no se molestan en diseñar espacios. Aflojan la mosca para que les dejen rodar ‘Juego de tronos’ en el Alcázar de Sevilla o en las piedras medievales de Peñíscola.
El cine imita a la vida. Pero, he aquí la paradoja, la vida también imita al cine.
La casa de Crepúsculo existe
La fantasía nos da pautas estéticas. Cuando paseamos por las calles de Los Angeles (o de Barcelona, Hierro o Estocolmo) estamos disfrutando de la sensación de déjà vu que nos produce ese entorno que parece familiar, aunque sea la primera vez que ponemos los pies en Hollywood Boulevard. Así de potentes son las imágenes del cine. Tanto como para generar estilos que luego se instalan a nuestro alrededor durante generaciones.
En los años veinte, triunfaban películas que mostraban culturas y espacios exóticos, lejanos en la distancia y en el tiempo como Egipto, China o Mesopotamia. Esas historias de aventuras provocaron un entusiasmo desmedido por aquellos lugares reproducidos en cartón piedra y estética de dudoso rigor histórico. Pero los arquitectos, siempre atentos al fandom, comprendieron que tenían un filón para explotar y, de ese fenómeno, nació el estilo Art Déco. Se caracterizaba por figuras geométricas que hacían alusión a las pirámides egipcias, adornos inspirados en la flor de loto, formas exóticas estilizadas, trasatlánticos colosales.
Como muestra, admira la insólita cúpula del edificio Chrysler de Nueva York, completada en 1930 con arcos, ventanas triangulares y gárgolas en forma de águila que, algún día, habrían de sostener a un Batman vigilante. De hecho, las aventuras del Caballero Oscuro transcurren en una imaginaria Gotham City que recoge lo mejor del Art Decó de Nueva York y Chicago mientras que la influencia de vuelta se advierte en el rascacielos con orejas AT&T Building de Nashville que se conoce popularmente como el Edificio Batman.
Los teóricos del séptimo arte advierten que la arquitectura, en muchas ocasiones, bebe de las fuentes del cine. El loft de ensueño donde ensayaba la protagonista de ‘Flashdance’ es un homenaje al fenómeno del apartamento de origen industrial que proliferó en el Nueva York de los años 80. Que, a su vez, influyó, poderosamente, en la configuración del loft urbano en el imaginario colectivo de todo el mundo. El loft de ‘Nueve semanas y media’ era la versión pija.
El dibujo geométrico de la alfombra del terrorífico hotel de El resplandor se ha convertido en un pattern que podemos adquirir en camisetas y alfombras para probar la cinefilia de nuestros invitados. Aunque de un poco de mal rollo.
La maravillosa casa en la montaña de Portland, Oregon, que disfruta la familia Cullen en Crepúsculo es un diseño real de Skylab Architecture que se ha convertido en el ejemplo emblemático de segunda residencia rural en el siglo XXI. La estética de los psicodélicos años 60 está fijada en ‘La Naranja Mecánica’ y ‘Help!’. Cuando queremos buscar ejemplos pop, vemos esas pelis porque son las fuentes de inspiración del primer apartamento de nuestros papis. La vida imita al cine.
Mujeres al borde de un ataque de estética
El oficio de director de arte (también llamado diseñador de producción) es construir entornos creíbles con los materiales efímeros que levantan el edificio de una película. Es el arquitecto de la ficción. Si viajas al desierto de Tabernas, a media hora de Almería, y te acercas al poblado que frecuentó Clint Eastwood con su poncho, sabrás a qué me refiero. Si eres afortunado/a y has podido pisar Tatooine tras un ajetreado paseo en 4×4 por el desierto de Túnez, un poco más lejos de Almería, también me estás entendiendo.
De hecho, la afición de visitar entornos reales reproducidos en el cine o la televisión es un formato turístico que gana adeptos. No digamos la de recuperar espacios falsos creados para el cine como el cementerio circular de Sad Hill, en Burgos (pero este tema lo vamos a dejar para otra ocasión).
El art director está al servicio de la narración y sus decisiones dependen de lo que tenga en mente el director de la cinta. Los mejores son aquellos que saben recrear escenarios capaces de explicar la mitad de la historia. De la otra mitad, se encargan los actores y actrices. Sí, vale, la banda sonora y la fotografía también cuentan. Vamos a dejarlo en un cuarto para cada uno y no se hable más.
Algunos directores de arte son tan creativos que su trabajo eclipsa al del resto del equipo. Normalmente, esto ocurre porque el director confía especialmente en los contextos de la narración y permite a sus art directors expresarse a sus anchas. ¿Algunos directores que ponen toda la carne en el asador de los sets? La lista es larga, pero explicaré tres anécdotas para hacer boca.
Kubrik trabajó un año con la NASA para conseguir que los interiores de ‘2001, una odisea del espacio’ fueran funcionales en el supuesto de que la estación espacial que aparece en su película estuviera en órbita.
El poderoso productor de ‘Mad Men’, Matthew Weiner, rechazó un centro de frutas que aparecía en un episodio de la serie porque las manzanas tenían un calibre que era imposible de conseguir en los años 60.
Antonioni mandó pintar de verde la hierba de la escena del crimen en ‘Blow Up’ porque el césped del parque donde rodaban no estaba a la altura del dramatismo exigido…
Las últimas películas del norteamericano Wes Anderson son excusas para organizar mundos imaginarios a base de escenarios, atrezo, miniaturas y dioramas. La historia es lo de menos. Lo que cuenta es el pequeño universo irreal del director tejano, con una estética férrea e inconfundible y un cromatismo que lo inunda todo. Sus escenarios son tan narrativos y tienen tantas capas que necesitamos tres visionados de sus pelis para pillar los detalles. ¿Es casualidad que la Fundación Prada haya encargado a Wes Anderson el diseño del bar de su centro milanés?
La atinada recreación que el diseñador de producción Atxón Gómez ofrece a Almodovar en sus películas explica la psicología de sus personajes y se convierte en uno de los mayores alicientes de su filmografía. En la autobiográfica Dolor y Gloria, algunos de los cuadros del apartamento de Banderas fueron traídos del propio apartamento del director.
Los espacios hablan. Nos informan sobre la psicología de los personajes igual que un apartamento nos explica de qué van sus propietarios. Los decorados y los interiores reales se confunden en un viaje de ida y vuelta que enriquece a ambos. El cine bebe de las fuentes de la arquitectura y el interiorismo mientras que nuestros entornos no pueden evitar la influencia de la gran pantalla. Realidad y escenografía son dos dimensiones que se comunican entre sí.
Tal vez el metaverso nos permita, por fin, habitar un entorno de ficción y dejemos de imitarlo en casa. No sé si me gusta la idea.